Asco

marzo 16, 2018 at 6:23 am (Uncategorized)

A veces me resulta imposible rescatarte de ese caudal de mierda que sale de lo más profundo de tu ser. Conmiserarme con tu pena y deshaucio. Nada me obliga a quedarme a ver todo eso. A soportar la cloaca impúdica. A soportar fuertes y claras las marcas de una verdadera historia horrible. Falta un dique muy grande para taponar esta hemorragia salvaje. Ese chorro imparable donde se filtran y se mezclan al mismo tiempo la sala sadiana de todas las elucubraciones infantiles. Con suerte me hago a un lado. Después de tantas cosas escupidas en los ojos, frenaste en seco como queriendo rescatar la cosa. Pero me doy cuenta. Es demasiado tarde. Sin duda no puedo más que sentir ante vos el más inmundo de los ascos.

Pero la cosa no termina ahí. El olfato se puede acostumbrar a casi cualquier cosa, pero desencajado de tanta putrefacción la pregunta es lo que se hace presente sin más. ¿Quién sos? ¿Te conozco? Prefiero no decir la respuesta en voz alta.

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Est(re)a’llar

noviembre 25, 2017 at 4:21 am (Uncategorized)

Un minuto antes de que la lluvia rompa con un estruendo la noche, todo está en silencio. Desliza su dedo por uno de los cigarrillos de la caja. Lo tantea con suavidad. Mira una de las luces. Son tan tenues que no necesita entrecerrar los ojos para verla directamente. Recorre viejos recovecos de su mente. Callejones sin salida. Encerronas de dudosa necesidad. Trampas de hace meses. Escenarios con actores viejos. Encuentra entre todas esas fantasmagorías un par especialmente perturbadoras. Algunas ni siquiera propias. Algunas son de ella. De su pasado. Se asquea rápidamente. Su índice desliza un cigarro de la caja y al poco su pulgar lo acompaña en el movimiento. Alza la llama hasta su boca y enciende la mecha. Es cuestión de tiempo hasta que todo estalle en su cara. No encuentra en esto el menor problema. A veces ella estalla en su cara. Mientras lo abrasan sus piernas estalla. Furia, amor, gritos. Estalla una y otra vez.

Desanda cada tanto un trecho para mirar hacia adelante desde atrás. Siempre se decepciona del resultado. Sabe que la cosa se fue consumiendo. Esperaba algo distinto. Se bate en duelo consigo mismo. Un imbécil sin remedio. Se siente repetir de nuevo lo que pasó en tantos otros tramos, y no solo suyos. La luz tenue que lo acompañaba a veces cambia de color. Y él la mira absorto. El rescoldo por el que se apañan los ojos da lugar al dolor, y cae lentamente, en la cuenta: una, dos, tres, cuatro. Cada caída hace las veces de pausa, ritmo, síncopa o silencio para finalmente estrellarse en algún lugar entre la cama y su cuerpo. Detrás de su silencio no hay nada. Ha sabido guardar los secretos que nunca tuvo que decir para no sembrar aquello que nunca quiso recoger. Cada uno de ellos espera al acecho a la vuelta de la esquina. Se tornan la venganza de aquello que ella nunca oculta. Y sin embargo no. Nunca sus glorias pasadas pueden entrar en escena como mandobles de refriega. Hay un código que sólo conocen los mudos. Callan sin dejar de decir. Y esperan la palabra que no viene para romper con ella cada copa que no estuviese preparada para el golpe.

Cada calada deja oír cómo crepita la pólvora. Piensa y no. El trago baja por su garganta. No es tan malo después de todo. Y en su estómago anida tranquilamente. El veneno de las víboras que intentaba evitar lo muerde. Pensaba que podría salir de allí ileso, sin envenenarse de mentiras e intrigas, de desconfianzas y vilezas. Intenta purgar el veneno con fuego y quema todo. Arden las palabras que profiere en silencio. Sigue con la mirada el trayecto de las gotas por la ventana. Sabe que aquél minuto de silencio acabó con la primera de ellas. Todavía no está dispuesto a escuchar. Pero ruge el trueno y la cosa cambia rotundamente. Llueve todo, no solo las mejillas de ella. Y la temperatura baja como las gotas caen. La violencia del sonido lo aturde. No lo deja pensar. Se mira en el vidrio empañado. Se busca en un paraguas perdido en medio del río. Se ríe de sí mismo sin dudar, que nada de eso es gracioso. Es prolijo, tiene tiempo, y nada para perder. La imagen se borronea un poco. El brillo de esa luz tenue se refleja en sus ojos y en lo que se empaña. Suspiran enceguecidos. Ella no está allí. Para él está en otro lado. Lo invade una agresividad incontestable. Ciñe con sangre la espada en ella y todo se tiñe de rojo de nuevo. El perfume del sexo y el cigarrillo muerto ambientan la caldeada actuación. Lobo y perra se devoran súbitamente. Se muestran los colmillos y tantean la sangre derramada mientras estocada tras estocada se escuchan los gemidos dolientes, gozosos.

Todo acaba como siempre y al rato vuelve a empezar. El papel de ellos retorna una y otra vez pero sin esperarse, se encuentran siempre en el mismo lugar. El libreto está bien guionado y ninguno se cree menos la máscara que le toca actuar. En cuatro actos desgarra fuerte la hendidura y no deja de brotar de ella el dolor. Odia como un salvaje. Pero se contiene cada vez más con una mordaza para poder ahogar el sabor. Antes todo llovía. Ahora también.

Rasga el pasado con una pluma fina. Caen las gotas. No son de tinta. Se estrellan.

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D(e)(is)ponible

noviembre 20, 2017 at 3:07 am (Uncategorized)

Decae todo intento por fallido. Y entonces comienza a mirar lejos. Escruta el horizonte taciturno y enciende otro cigarro. Fuma hondamente. Exhala. Ella está complicada con otras cosas. En otro lugar. Con otros problemas. A cada paso hay nuevos problemas y él mira taciturno y da otra calada. El recurso es sencillo. Cada vez que se pone en juego la renuncia se depone lo que se dispone. Y por no ser un imbécil él suele disponerse. Entonces se pone todo en cuestión. La cuenta que queda es un saldo de sí-en poses, mínimo. Son demasiadas poses para contarse. Es un peso muy grande. Un gasto insufribley se pone a andar la maquinaria de nuevo. Excusas tontas. Giros racionales. Todo encaja. Salvo por el detalle de que queda al descubierto demasiado bien legibles las cosas que no van más que al mismo lugar.

Entonces decae todo intento por fallido. Hasta que se hace a un lado para fumar tranquilo y mirar la obra. Una escena patética. El padresuyo de cada día en una obscenidad pegoteada. En un amarre bien económico para que se gaste pólvora en chimango. Uno puede bien ponerle nombre a sus designios pero nada de eso hace más llevadero su goce. Fuma hondamente otra calada. Apoya los pies sobre el paralelepípedo y se saca los lentes. Sale de su asombro en un traspiés. No quiere caer de nuevo en la misma trampa. Equilibrista de poca monta, se tambalea hasta armar una red en la qué caer. Depone todas las armas. Y en ese mismo trayecto desama(rra) todo lo andado. Las consecuencias de su disponibilidad se ponen en juego y precipitan su (ce)de-posición. No hay erótica que vaya a salvar la escena ante semejante evidencia.

Finalmente deja de intentar. Le gana ese discurso tan potente de la falta de intención. Quizá sea él. Quizá no. Ya no es asunto suyo.

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Desha(s)z’t(r)e(s)

octubre 23, 2017 at 5:02 am (Uncategorized)

Entra en tus oídos aunque no quieras. Termina por anidar fuerte en tu cabeza. Asco, náusea. El fuerte olor a rechazo que tanto te persigue una y otra vez. Podrías intentar cerrar la puerta pero parece que la cosa asoma de nuevo por la ventana. No hay tinta invisible, todo queda bien marcado con un rojo resplandeciente. Estalla en mil pedazos el jarrón lleno de flores. El agua y los pétalos desparramados, guijarros del cacharro por todos lados. Un desastre. Llegás a pretender que todo hubiese sido diferente. Escribir vos mismo los versos que te digan qué si y qué no. Pero estabas mañatado, impedido. Caíste. La  trampa era al principio un cuento que manejabas de a poco. Pero la velocidad introdujo cada vez más personajes y no quisiste seguir leyendo. Cerrar el libro. De una buena vez, cerrar. Qué cobardía. Huir. Qué cobardía. Huye! Cobarde. Parece el grito que te profiere.

He aquí el gran dilema. Sostener el cielo que cae a pedazos. Esa gesta heroica de Atlas el buen gigante que nos cuida. O dejar de ser el pilar por el que no se derrumba todo parte por parte. No hay grandes alternativas. Para seguir en este lugar ella te dice claramente. Los héroes prueban su valía batalla a batalla. Quisiste ser un héroe, pues bien, tu condena será esa. Ingresa la hidra en juego. Allí está la trampa. No hay ninguna espada que pueda cortar sus cabezas. El único modo es el fuego. Reducir todo a las cenizas. Hay siempre un problema en la proeza. Todo héroe tiene su talón de Aquiles. No es menor el dato. Ella se esfuerza en encontrarlo por mucho que te escondas. Ella lo sigue encontrando por mucho que lo cambies. Se vé claramente que eras simplemente un imbécil arriesgándote demasiado, por el lujo de poder ver más.

Ella siempre exigió tu potencia, tu fuerza o tu indiferencia. Cuando la indiferencia era posible te refugiaste en eso. Jugabas a las cartas o al ajedrez fumando con un cigarro en la mano mientras todo pasaba a tu alrededor. Las escenas actuadas todas con sumo cálculo no te distraían del tablero. Hasta que al final te hizo mirar. Quedaste atrapado por su vigor mortífero, por esa mostración obscena, por su puesta en escena, por esa puerta demasiada abierta a la inmundicia. Y te empezó a empapar los pies. Ya no era tan seguro callarse la boca. Todos los actores ingresaron de golpe por la ventana. No sabés bien quién la dejó abierta. Y empezó su función el circo del horror. Y ahí surgió el momento de la fractura. Y todas las glotonerías de la bestia quedaron al descubierto. Ese hueco insaciable y voraz por el que todo viene a valer lo mismo y no. Pero quizá ya no esté a tu alcance cambiar las cosas. Queda por lo pronto dejar la espada, y quizá ir de a poco retrocediendo con el escudo, mientras se asoma la antorcha que pueda purgar un poco tanta mierda.

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No. Perder

agosto 13, 2017 at 5:05 pm (Uncategorized)

Él está sentado sobre el sillón fumando un cigarro. Ella en el sofá enfrente. Nervios. Distracciones menores. Estupideces se cruzan por las cabezas de ambos. Saben lo que les toca discutir y no es nada agradable. Ella odia todo lo que no sea placentero. Se disgusta tan fácilmente y se arrojan las lágrimas por sus mejillas apenas salen las palabras de su boca. Le dice que no, que no quiere terminar. No quiere que la cosa se termine. Ahora no le cuesta tanto decir que no. Él siente todas las cosas por dentro. Se calla todas. No quiere seguir así. Aleja el cigarro de su boca y le dice que lo que ella no quiere es perder. Poco tiene que ver con él o con alguien en particular. En su mundo infantil todo está lejos de ser distinguido. Casi da lo mismo. Quizá si le sacan el chocolate lo pase mejor con el caramelo. O qué metáfora idiota se le cruza por la cabeza. Ella recrudece su negativa. Dice que no. Que eso no es así. Que lo ama.

«La profunda ambigüedad de nuestros encuentros y desencuentros se hace patente. Te desconozco cada día un poco. Y sin haber llegado jamás a conocerte. Quizá eso sea imposible. Pero encaro los imposibles con todo gusto y me estampo contra el muro que me diga que hasta acá fue suficiente. Yo no sé si la cosa es así o no. Pero me siento así. Hace rato. Me invade una soledad que no puedo compartir para nada. Sobre todo con vos. Y encuentro en vos los recaudos de quien prefiere no arriesgarse a la sinceridad por mucho que la predique. Tenés una predilección incomprensible para dejarme en fuera de juego, para hacerme sentir que hay un solo plano de escritura en el que me siento la tachadura de la letra que se borra y queda todo ahí. Siempre decís que no tenés problemas con tu pasado. Claro, eso le permite aparecer cuando se le de la gana y así mi movida es quedar fuera. Fuera de foco. Fuera de cuadro. Y que la composición me tenga por resto. Estoy seguro de que no fue nada de esto tu intención. No hay acá actos premeditados de mala fe. De daño intencional. O quizá un poco. Ponerme a prueba. A ver cuánto me banco. Me banco mucho. Pero no cualquier cosa. Hay cosas que no. Hay gente que no. Vos. De entre todas las personas. Vos. Sabés bien lo que digo. Ya nunca más pudo ser lo mismo. Recuerdo, porque me quedó grabado a fuego, esa noche, esa madrugada, esa mañana, el siguiente mediodía y todas tus inconsistencias para poder decir que no. Un no que no me implicara a mí. Un no que fuera tuyo. Tu propia decisión. Recuerdo cómo dijiste que el problema era mío y usaste mi propio pasado en mi contra. Te luciste. Y después todo terminó bien. Conmigo quebrado. quizá era lo que querías. Y vos pidiendo disculpas, lamentando el lugar de mierda en el que te pusiste con todo eso. Fue un combo terrible. Dejar clara tu intención de no cortar y quebrar mi confianza en vos mediante mi propia confianza en vos. De eso no sé si se vuelve.»

Enojada, triste, taciturna. Lo mira con ojos de odio y tristeza. Sienten la distancia cobrar su lugar entre ambos. El silencio se extiende. Él apaga el cigarro en el cenicero. En otro momento hubiera esperado. Pero no lo hace esta vez. Pone los talones en el suelo y se levanta. Ella alza la cabeza para verlo. Los ojos no siempre miran lo que ven. A veces sostienen ese velo maravilloso del deseo. Él se da cuenta. Ella corre a abrazarlo. Él le devuelve el abrazo.

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Cazar

julio 30, 2017 at 3:02 am (Uncategorized)

Salitre, desgastada de años de agua, lluvia y gallardas gaviotas revoloteando. Una roca aciaga para cualquier caída. Suele soltar la mano de quien escale sus filos y decir adiós rezando una clave inaudible, un chispeo roto de ceniza. Una y otra vez lo vuelven a intentar con rostro marchito, con gesto fruncido, con muecas de esfuerzo y rigor. Solucionan los cortes con sangre. Y los Lamentos se los lleva la brisa.

No hay tal cornisa para quien se escapa del polvo ungido del tiempo perdido entre el uno y el dos. Siglos de penas dañando cada pierna en el risco. Ya nadie piensa en arriesgar demasiado por esos pasajes salvajes de caza incierta y desnudas paredes. No se asombra ella. Nunca lo puso fácil para encontrarse de presa, por los espejismos en cada recoveco pintados de indiferencia y engaños solitarios bien creídos. Nada se implica en su cueva cuando mira de reojo los disparos que no pueden acertar. Sabe bien por dónde vienen los tiros, siempre un poco más allá o acá, siempre sabiendo de antemano lo que se busca y se encuentra. Todo se resuelve acá o allá en menos de lo que suspira, bien preparado para sostener el vacío.

Una vuelta de distancia. El cazador acecha la press(a). Dispara. A-cierta.

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Desean

julio 23, 2017 at 4:54 pm (Uncategorized)

Desean inermes en camas libertinas pero se acongojan al mínimo sentir. Están abigarrados. Todo el cuerpo se dispone a maniobras elegantes y vistosas pero sólo a condición de no ser vistas por terceros. Se sabe desde hace tiempo que a veces las luces no brillan por los astros. Es cierto que entonces se legitiman cada vez más el brillo y la calidez de los pequeños gestos. De las caricias en la mejilla o los besos en los labios que no son puerta para nada más. Por eso mismo se tocan a veces un poco tímidamente para dejar en claro que ninguno cede ni un ápice de su orgullo. Que no se desean más que el otro y que su inermidad les da la libertad de perderse en cada esquina sin reencontrarse nunca más. Pero los brillos que titilan son caprichosos y a veces la luz se apaga de golpe. Y ninguno sabe bien por qué pero se detiene la palabra en el momento justo en que no la sostiene el resplandor.

En piedra se tallan cabello y rostro de famosos héroes. Él nunca quiso ser de piedra ni de bronce. Se preparaba para morir desde chico con muchísima angustia. La muerte de sus padres resultaba insoportable al principio como idea. La muerte de su hermana fue una noticia decisiva. Y desde entonces la palabra lo devoró mortífera por dentro. Y no pudo volver a cerrar la boca ni un segundo más que para respirar hondo. Y daba todo lo que no tenía desde pequeño, se proponía amar sencillamente para no morir. Cada momento de lejanía era un segundo menos de vida. Quizá ya estaba muerto y necesitaba confirmarse momento a momento que era capaz de amar, de ser querido.

Al poco tiempo de su partida las aguas mediterráneas cortaban su paso. Ella tenía desde pequeña una sonrisa alegre y las rodillas llenas de moretones y raspaduras. Se divertía como hacemos todos cuando somos pequeños monos. Al tiempo dejó de ser desconocido para ella todo eso. Las pinceladas no quitaban lo acogido en ella desde siempre y con sonrisas dulces siempre apostaba más en un mundo muy miserable y extraño. Cambió sus pareceres tantas veces. Se peino, no lo hizo, se tiñó o quizá menos. Siempre en la dureza de quien ha pasado mucho tiempo rodillas al suelo o escalando troncos de árboles para ver desde más arriba.

Su mundo eran las letras, eran las pinturas, la música, el pensamiento, la lógica. Era un niño dedicado a los juegos de palabras y a los argumentos bien fundados. Su retórica pintaba con notas las letras que los otros no habían oído hasta ese entonces y le valió muchas veces ser un poco raro. Tímido, solitario, era un tornillo caído en la máquina de picar carne que veía cómo querían volver a atornillarlo y dejarlo bien fijado.

Su mundo eran las lenguas, la música, el cuerpo, un saga de aventuras indecisas y cuentos bien armados para quedar mal parada en cualquier callejón. Supo no pegar bocado a veces para mantener algo bien cerrado y entre tanto a veces se creía los cuentos de astros que gravitan todos ellos a su alrededor. Y mientras confundía los tantos se acercaba en soledad a la pobre realidad.

Se encontraron una tarde entre miradas furtivas. Ella giraba el rostro y el no dejaba de hablar de tonterías inservibles que a ella la fascinaban. Y entre idioteces por un rato respiraron el aire de otro que no sabía más de nada que lo que ellos querían mostrar. Al tiempo se desencuentran y vuelven a probar. Habrán de ser mil noches y una más las que les digan que sí, que no es otra cosa que cuestión de andarse saltando un escalón por cada salmo que no quieran recitar. Entonces los cachivaches viejos que guardan en el desván podrán descansar en paz y tomarán ritmo los nuevos aires que anticipa el vendaval. Tibios, rústicos, amables, amantes. Se encienden sin más que un chispazo en cosa de un instante y al rato prenden fuego hasta el último estante de la biblioteca. Qué más da si él se sabe de memoria todos los versos y ella no va a dejárselos decir de todos modos.

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Es cena

julio 23, 2017 at 12:57 am (Uncategorized)

Ya se anuncian mustios los perplejos sujetos. No escuchan más que la música enblanquecida por la luz del sol que no brilla. Palidecen sus elecciones en cada paso y sostienen la figura en el entretiempo, en el zaguán. Escuchan desvalidos una oda sin rima y entraman los hilos de la lana. Es un ejercicio estéril. Sostienen las velas una y otra vez. Suenan las cuerdas del violín mientras escuchan poco y nada de esa oda. Y la mueca de su cara ya dibuja una sonrisa bien fingida. Estruendos de una portentosa voz que ruge con vigor en la agonía con cada palabra. Se tocan las lágrimas que caen. Como todo lo que cae sostiene su tensión un segundo antes. Y cae. No hay remedio desprovisto del sentido obstinado. Construyen de esa caída un mundo sólo para ellos. Alegran el semblante de tan sólo pensarlo. Y sin embargo cae. Es ley sabida. No hay subida que se alargue eternamente. No encuentran las cosquillas más placenteras que los golpes en las rodillas o el vientre.

Ya se anuncian mustios los perplejos sujetos. Corren la cortina que los embalurda. Se caminan mutuamente mientras se mienten con malabares bien pensados. Rumian alguna frase que no dicen porque todo lo que digan está condenado a caer. Estragan cada movimiento con amargura. Eternizan el momento de la caída para que quede bien recogida cada una de las gotas en un corte que no es tal. Hacen teatro. Thé à trois. Enmudecen sin saberlo. Esa oda ahogada por los violines. Por el rejunte de palabras amuchadas que no pueden salir de tan atoradas que se encuentran. Se anudan las gargantas. Estilizan los movimientos. A propósito se juntan con las yemas para adormecer las lágrimas. Vuelven a encender fuego con leña vieja y dejan que crepite o que crepe sin dudar.

Engarzan un rubí en el cabello, esmeraldas en su mirada. Se creen dueños del porvenir. Anticipaciones extrañas que sosiegan todo acto. Ronronea el gato que los observa. Su miradas es sagaz. Explica muchas cosas desde lejos. Se sujetan el cabello y se enmarañan con las manos. Extirpan con ardor toda la sequedad que los envuelve. No pueden hacer otra cosa. No pueden. Sosiegan su dureza con sangre. Beben el desencuentro tendidos juntos en el suelo. Ya no canta nadie.

Entronizan un grito de guerra. Historizan momentos lúcidos y amargos. Todo en un mismo gesto. El gesto se repite con fuerza. Se ajusta firmemente al sonar que le hace entrada. Y agilizan la cosa en los momentos oportunos. Saben poco y nada de lo que pierden. No quieren saber tampoco. Y los candelabros de bronce se acongojan en los reflejos de unos y otros por la bestialidad de semejante partida. Mueren despacio para volver a empezar. Se enjugan de a poco, con paciencia. Caen despacio pero no les resulta obtuso pensar en volver en subida todo el camino. Como todo lo que cae sostiene su tensión un segundo antes. Y cae. No hay remedio desprovisto del sentido obstinado. Construyen de esa caída un mundo sólo para ellos. Alegran el semblante de tan sólo pensarlo. Y sin embargo cae. Es ley sabida. No hay subida que se alargue eternamente. No encuentran las cosquillas más placenteras que los golpes en las rodillas o el vientre.

Dramatizan su desasosiego pidiendo más. Llueven heladas las gotas en el gristal. Los actores recogen sus cosas del escenario. Nunca desmontan la escena para poder volver a actuar entre felinos que se relamen y candelabros bien bronceados. Idean una vida muy lejana sin saber lo que podría pasar mañana. Será cierto que la imaginación crea lo que los cuerpos desean. Y por cada tonto que crea un mundo de fantasía otro frota las manos con suculenta ambición. Están solos. Saben que la mentira es necesaria para poder seguir así. No se complican mucho. Hay personajes que nunca salen de escena. El solitario o el arlequín. Pedrolino se dibuja una mueca de nuevo para seguir buscando.

Él se aleja incómodo. Ella no lo entiende. Él se siente solo. Ella no lo entiende. Él no confía en el acto. Ella espera poder convencerlo.

 

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De todos modos

julio 9, 2017 at 2:39 am (Uncategorized)

Vengo de lugares muy duros. De posiciones incómodas. No me acostumbro. Me cuesta encontrarle una vuelta. Me quiero refugiar rápido en el frío metal. Decir que no. Salir corriendo. Qué cobardía. Sin duda estallan en el cielo las estrellas cuando me mira. Pero eso no es suficiente. No sé nada de eso. No se nada. Y aunque no saber me resguarde. Y cuando se parta la tierra en dos aún yo me quiera sentar a mirar de costado. No puedo. Eso es lo que me desgarra fuerte el abdomen cuando me quiero ir. Punzadas dolorosas en el cuello.

Y a la noche te veo. Y nos comemos de a poco. Saboreamos lo que se puede. Hay pausa y hay ansias. Pero ya no rechinan en mis piernas los escalofríos de antes. Vencido cierto miedo aún me queda la pregunta. La ceguera me hace mierda. Y destruyo un rey de copas. Será que abundan por ahí los adalides de tu amor. Y yo me siento tan solo un imbécil más en la lista. O no. Será que puede retornar siempre lo que no cerraste. Porque dicen por ahí que hay historias que nunca terminan. Que hay cruces que se prometen a la distancia. Que ninguna cortesía es tan cortés.

De todos modos me abro. Pero quiero dejar sentada mi aversión a todos esos temas. Me cubro con los atavíos habituales. Y esperemos que todo salga mal como tiene que ser.

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Repartir

julio 2, 2017 at 10:38 am (Uncategorized)

Toma el cigarro para encenderlo. Con la mirada recorre fríamente la cama. Casi oscuro. Amaneciendo. Se deja llevar por el humo. Se descuida un poco de toda la situación. Sabe que no extraña nada más que ese fuego crepitando. Había salido hacía rato de sus rodeos cotidianos. Antes de eso no podía pensar. Mira al costado y la ve. Ella no lo mira. Letra tras letra recorre el alfabeto para encontrar una inicial. No atina. Quizá sea Tina. O no. Se delata su desinterés. No era un secreto. Aliteraba sonidos para desencontrarse con ella. Estrechando su miseria friega sus manos. Sabe que en medio de todo eso lo menos fortuito es la letra que salga de su boca. Ella no lo mira.

Se detiene en el crepitar que suena con la brasa. Hace años que busca soledad sin encontrarla. Ella también. Cada poco tiempo devela su ración de patetismo. Busca una o dos veces el consuelo de frialdad que le toca. Apacigua el vacío con esas brasas. Devuelve humo a cambio. Ella también. No se dicen nada cierto. Siquiera las letras para llamarla vienen a su mente. La flaca se gira para verlo fumar. Sonríe. Ella también. Escucha el cuadro que se dibuja en los colores de su piel. No le gusta hablar de más. La palabra es capciosa. Engaña. Preferiría guardarse todo. No lo hace porque no puede. Ella también.

Descubre una risa diferente. No la conocía. Es un pobre imbécil. Ella lo sabe. Y se disculpa con la mirada por no responder su mirada al tono encantador que propone. Elige salir del tablero. En el borde ya anticipa su jugada. Es todo diferente. Ella lo sabe. Él está diferente y no puede emitir palabra. Se asusta un poco por su fantaseo. Se asusta mucho de la sonrisa que le lanza. Ella lo sabe. Se va moviendo de a poco al casillero de salida. Se ve que este tablero no le proponía llegar a ningún lado. No tenía nada en juego para dar. Ella lo sabe. Y cuando cruzan de nuevo miradas ya no sonríen. Se mueve calmo hacia la orilla dispuesto a dar el salto. Se sumerge en los hilos que había dejado a los pies del tablero. Lento, sin apuro. No jugar más no siempre cierra las puertas. Ella lo sabe. Sale caminando despacito. Ya conoce la salida. No dice nada. Ya se había despedido hacía rato. Antes de encender el cigarro ya no estaba allí. Ella lo sabe.

La puerta se cierra. Ella toma una sábana. Se acerca a la ventana. Lo ve salir con altura. Se sienta a ver cómo se aleja. No hace nada al respecto. Se equivoca. Ella lo sabe. Toma un cigarro. Fuma con calma. Ella también. Llueven sus mejillas. Le duele algo que no sabe dónde está. Se sienta a pensar sola. Se aleja. Ella no lo mira.

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